lunes, 25 de marzo de 2019

SAN FRANCISCO DE ASÍS

San Francisco nació en Asís, Italia, en el año 1182. Su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Pedro Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por lo cual le puso el nombre de Francisco, que significa "el pequeño francesito"
Lo que le agradaba a Francisco de joven era asistir a fiestas, paseos y reuniones con mucha música. Su padre tenía uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad y al muchacho le sobraba el dinero. Los negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenía la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo. 
Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad y cayó prisionero de los enemigos. En prisión duró un año. Tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida.
Al salir de la prisión, se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad y se fue a combatir a los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y al mejor caballo que encontró. Pero en el camino se encontró con un pobre militar que no tenía con qué comprar armadura ni un caballo; y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar. 
Esa noche en sueños sintió que le presentaban en cambio de lo que él había obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos de espíritu.
Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó, y en plena enfermedad oyó una voz del cielo que le decía: "¿Por qué dedicarse a servir a los jornaleros en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?"
Entonces regresó a su ciudad, pero ya no a divertirse o parrandear, sino a meditar en serio acerca de su futuro. 
La gente, al verlo tan silencioso y meditabundo, murmuraba que Francisco probablemente estaba enamorado. Él comentaba: "Sí, estoy enamorado y es de la novia más fiel , la más pura y la más santificadora que existe".
Los demás no sabían de quién se trataba, pero él si sabía muy bien que se estaba enamorando de la pobreza; o sea, de una manera de vivir que fuera lo más parecida posible como vivió Jesús. Y se fue convenciendo de que debía vender todos sus bienes y darlos a los pobres.
Paseando un día por el campo, encontró a un leproso lleno de llagas y sintió un gran asco hacia él. Pero también sintió una inspiración divina que le decía que si no obramos contra nuestros instintos, nunca seremos santos. Entonces se acercó al leproso, y venciendo la enorme repugnancia que sentía, le besó las llagas. 
Desde que hizo ese acto heroico, logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar sus instintos y poder sacrificarse siempre en favor de los demás. Y les regalaba lo que llevaba consigo.
Un día, rezando ante un crucifijo en la iglesia de san Damián, le pareció oír la voz de Cristo que le decía tres veces: "Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas".
Él creyó que Jesús le mandaba a arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo el dinero al padre Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí ayudándole a reparar esa construcción que estaba en ruinas. 
El sacerdote le dijo que le aceptaba quedarse allí, pero el dinero no se lo podía aceptar (le tenía miedo a la dura reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone).
Francisco dejó el dinero en una ventana, y al saber que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió prudentemente.
Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el Obispo declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero conseguido con las telas que había vendido.
El prelado devolvió el dinero al airado papá; y Francisco, despojándose de su camisa, de su saco y su manto, los entregó a su padre diciéndole: "Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante, podre decir Padre nuestro que estás en los cielos"
El señor Obispo le regaló el vestido de uno de sus trabajadores del campo: Una sencilla túnica, de tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón. Francisco trazó una cruz con tiza sobre su nueva túnica y con esta vestimenta pasará el resto de su vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el vestido de un campesino pobre, de un sencillo obrero.
Se fue por los campos orando y cantando. Unos guerrilleros lo encontraron y le preguntaron: ¿Quién es usted? Él respondió:
"Yo soy el heraldo del gran Rey".
Los otros interpretaron mal su respuesta y por esa razón le dieron una paliza. Él siguió igual de contento, cantando y rezando a Dios.
Después volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesia de San Damián. Y para ello, empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que lo había visto antes rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan pobremente, se burlaban de él. Pero reunió el dinero suficiente para reconstruir el pequeño templo. La Porciúncula.
Este nombre es queridísimo para todos los franciscanos de todo el mundo, porque en la capilla llamada así, fue donde Francisco empezó su comunidad. 
Porciúncula significa "pequeño terreno". Era una finquita chiquita con una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros en Asís. Los padres benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y a Francisco le agradaba el lugar porque era solitario y pacífico, y porque la capilla estaba dedicada a la Santísima Virgen.
En la misa de la fiesta del apóstol San Matías, el cielo le mostró lo que esperaba de él. Y fue por medio del evangelio de ese día, que es el programa de Cristo dio a sus apóstoles cuando los envió a predicar. Dice así: "Vayan a proclamar que el reino de los cielos está cerca. No lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse. Gratis han recibido, den también gratuitamente".
En el camino de su vida de apostolado, se fueron uniendo muchos. Cuando llegaron a ser doce compañeros, se fueron a Roma a pedirle al Papa que aprobara su comunidad. 
Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad y viviendo de las limosnas que la gente les daba.
En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza.
Al fin un Cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio". Recibieron la aprobación y regresaron a Asís a vivir en la pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula.
Dicen que Inocencio III vio en sueños que la Iglesia de Roma estaba a punto de derrumbarse y que aparecían dos hombres a ponerle el hombro e impedir que se derrumbara. Uno era San Francisco, fundador de los franciscanos; y el otro, Santo Domingo, fundador de los dominicos. Desde entonces, el Papa se propuso aprobar estas comunidades.
A Francisco lo atacaban a veces terribles tentaciones impuras. Para vencer las tentaciones impuras. Para vencer las tentaciones del cuerpo, tuvo alguna vez que revolcarse entre espinas. Él podía repetir lo del santo antiguo: "Trato duramente a mi cuerpo, porque el trata duramente a mi alma".
Clara, una joven muy devota de San Francisco de Asís, se entusiasmo por esa vida de pobreza, oración y santa alegría que llevaban los seguidores de Francisco, que abandonó a su familia para hacerse monja. Fue Santa Clara, él fundó las hermanas clarisas, que hoy en día, tienen conventos en todo el mundo.
Francisco tenía la rara cualidad de hacerse querer por los animales. Las golondrinas lo seguían en bandadas y formaban una cruz por encima donde él predicaba. Cuando estaba solo en el monte, una mirla venía a despertarlo con su canto cuando era la hora de la oración de la medianoche; pero si el Santo estaba enfermo, el animalito no lo despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo con gran cariño. Dicen que un lobo feroz le obedeció cuando el Santo le pidió que dejara de atacar a la gente. 
Francisco se retiró por 40 días el monte Alvernia a meditar; y tanto meditó en las heridas de Cristo, que al él se le formaron 
las mismas heridas en las manos,en los pies y en el costado. 
Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que en el año 1219, en una reunión general llamdada "El capítulo de las esteras", se reunieron en Asís más de 5 mil franciscanos.
Al Santo le emocionaba mucho ver que en todas partes aparecían vocaciones y que de las más diversas regiones le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que predicaran. 
Él les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica y con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el santo evangelio. 
Francisco recorría campos y pueblos, invitando a la gente a amar más a Jesucristo y repetía siempre: "El amor no es amado". La gente lo escuchaba con especial cariño y se admiraba de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su religión.
Dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los mahometamos, pero no quisieron oír sus mensajes. Entonces se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación, los santos lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. 
Por no cuidarse bien de las arenas del desierto de Egipto, se efermó; y cuando murió, estaba casi completamente ciego. Un sufrimiento más que el Señor le permitía para que ganara más premios para el cielo.
En recuerdo a esta piadosa visita suya, los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los santos lugares de Tierra Santa.
San Francisco, que era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en el cual alababa a Dios por el sol y la luna, la tierra y las estrellas, , el fuego y el viento, el agua y la vegetación. "Alabado sea mi Señor por el hermano sol y la madre tierra y por los que saben perdonar..."
Cuando sólo tenía 44 años, sintió que le llegaba la hora de partir para la eternidad. El 3 de octubre de 1226, acostado en el suelo, cubierto con un hábito que le habían prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor por Dios.
Dejaba fundada la comunidad de los franciscanos y la de las hermanas Clarisas. Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar la Iglesia Católica y a extender la religión de Cristo por todos los países del mundo.
Los seguidores de San Francisco de Asís (franciscanos, capuchinos, clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que existe en la iglesia católica.
Cuando apenas habían transcurrido dos años después de su muerte, el Sumo Pontífice lo declaró Santo y en todos los países de la Tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y bueno que pasó por el mundo enseñando a amar a la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes materiales y enamorados de Dios.
Fue él quien popularizó la costumbre de hacer pesebres para la Navidad.

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