miércoles, 6 de septiembre de 2017

COMPRENDIENDO LA VIOLENCIA FÍSICA Y EMOCIONAL

¡Hola! Mi nombre es Ana, tengo 35 años, y he aquí mi historia.
Todo empezó cuando fui al médico, debido a que padecía continuamente de cefaleas y depresión crónicas. Después de varios estudios y diversos tratamientos, mi situación no mejoraba.
El médico, un poco desalentado, me recomendó con un excelente psicoterapeuta; ya que según él, con una hipnosis o un entrenamiento en relajación serían de mucho utilidad para mis padecimientos. Por lo tanto fui con él con la ilusión de mejorar los males que me aquejaban.

Sin embargo, el psicólogo, en vez de utilizar una técnica mágica, me pidió que le relatara la historia de mi vida para saber de dónde provenían esas cefaleas.
Le dije que tenía 10 años de casada y tenía dos niños; un hijo de 8 años y una hija de 6. He de confesar que me sentía muy ansiosa, pero aún así, continúe mi relato.
Le comenté que era abogada y que trabajaba para una gran compañía. Mi esposo era arquitecto, y aunque nuestras vidas laborales eran muy exitosas, nuestro matrimonio tenía altibajos como cualquier otra pareja. Y seguí relatando otras partes de mi vida hasta que la sesión se terminó.
En la segunda sesión, el psicólogo me hizo algunos cuestionamientos sobre mi esposo. Le dijo que mi esposo era una persona segura de sí misma y exitosa, aunque era muy difícil de abordar a nivel personal. Obviamente el psicólogo descubrió que las cefaleas que tenía eran producto de 9 años de violencia física y emocional. 

Debo reconocer que me angustié y traté de justificar a mi esposo, dando infinidad de explicaciones para justificar el porqué me golpeaba. 
Le dije que la infancia de mi esposo era muy difícil, ya que sus padres eran alcohólicos y él tuvo que valerse por sí mismo durante temprana edad. Yo lo conocí cuando estudiábamos en la universidad, y siempre lo admiré por su tenacidad. Describí a mi esposo como una persona enérgica y trabajadora, aunque también era muy tímido y reservado para expresar sus sentimientos. Yo lo cuidé como una madre, tratando de compensar el amor que no tuvo en su infancia.
Me sentía muy mal porque mi familia era lo opuesto a la suya. Yo provengo de una familia de clase media acomodada y muy estable. Aunque yo tenía dos hermanos, yo siempre fui la predilecta de mi padre. Yo tuve una infancia muy feliz, en contraste con mi esposo... y eso me hacía sentir muy culpable.
Nos casamos al terminar nuestras respectivas carreras y tuvimos un año muy feliz. El problema comenzó cuando obtuve mi primer empleo. El día que me contrataron llegué mucho más tarde de lo que pensaba, y encontré a mi esposo excesivamente enojado.

Me acusó de que me había ido a un hotel con otra persona. Entre más le intentaba explicar el porqué de mi retardo, más violento se ponía. Recuerdo que me golpeó varias veces, derribándome al suelo.
A la mañana siguiente, él me pidió perdón diciendo que estaba arrepentido, y lo que hizo fue por amor, ya que estaba sumamente celoso. Me dijo que si lo perdonaba, eso jamás volvería a suceder. Y como se lo podrán imaginar... ¡lo perdoné!
En casi un año no me volvió a pegar; y para ese entonces, él comenzaba a tener éxito en su negocio, en tanto que yo daba a luz a mi primer hijo.
La siguiente paliza ocurrió poco después del nacimiento del bebé, y fue porque él me dijo que estaba coqueteando con un cliente. Recuerdo que esa vez había bebido demasiado, y en otro arranque de celos, me golpeó de tal manera, que me dejó con un ojo amoratado y una costilla fracturada, por lo que no fui a trabajar durante 15 días.
Obviamente en ese tiempo se mostró en extremo solícito y arrepentido. Al igual que la otra vez, juró que jamás me volvería a golpear. 
Transcurrió más de un año antes de que me volviera a pegar. Eso fue después de nuestro segundo hijo. Esta vez fue, porque según él, le estaba haciendo más caso al niño que a él. En esa ocasión, también estando ebrio, me lanzó por las escaleras, fracturándome el brazo.

Le comentaba al psicólogo que no lograba comprender por qué entre más exitoso era mi esposo, más iracundo se volvía. Él me comentó que yo no me daba cuenta que mis hijos eran una amenaza para mi esposo, ya que se sentía desplazado por ellos.
Le tenía que entregar todo lo que ganaba y sólo me daba una pequeña cantidad para mis gastos. Fue una situación que acepté porque pensaba que lo hacía por el bien de la familia. El psicólogo me dijo que era la forma en que él me mantenía controlada.
Yo era muy irregular en mis terapias, ya que me aterraba la idea de que mi esposo se fuera a enterar que estaba viendo a un psicólogo. 
Aunque era abogada y conocía mis derechos, fue muy difícil hacerlos valer. Me volvía completamente dependiente en el plano emocional de mi esposo.

El psicólogo me explicó que estaba escindida en dos partes. Por un lado, era una profesional competente y exitosa; y por el otro lado, era una esposa atemorizada que cumplía todos los deseos y caprichos de mi marido.
Yo intenté dejarlo varias veces... ¡pero no pude! Pero la gota que derramó el vaso fue la última golpiza que me dio, donde me fracturó la mandíbula y un pómulo, por lo que estuve hospitalizada... pero también mi hija resultó lastimada. En un intento por defenderme, mi hija se puso delante de mí, y él la quitó de un tirón y le dislocó el brazo.
Esto era más de lo que podía soportar. ¡A mí me podía hacer todo lo que quisiera... pero no a mis hijos! Con la ayuda del psicólogo adquirí la fortaleza necesaria para demandar a mi marido. 
En todo este proceso me divorcié de él, ya que la única condición que ponía para regresar con él, era que tomara terapia... cosa que nunca quiso aceptar.
Yo seguí tomando terapia un tiempo más, durante la cual fui descubriendo las causas por las que permití que mi esposo me golpeara durante tanto tiempo y cómo me convertí en una persona en el trabajo y otra muy distinta en el hogar.

Con la terapia aprendí que permití el maltrato porque provenía de una familia tradicional numerosa en la que el padre era la figura dominante. Además, como era la consentida de mi padre, pensé que todas las figuras masculinas eran benevolentes; en consecuencia, si los hombres se enfadaban, se debía a que yo había hecho algo malo.
Cuando comprendí que la vida no era como pensaba, me sentí libre para realizar un cambio personal. En estos momentos sigo en la reconstrucción de mi vida en compañía de mis hijos.

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